miércoles, 25 de agosto de 2010

Carta del Obispo a los diocesanos en la fiesta de la Patrona



Queridos diocesanos:

Las fiestas patronales de la Virgen vuelven a convertir Almería en escenario de culto público a la Madre de Cristo, el Hijo de Dios. Este homenaje que la ciudad rinde a la Virgen María es clara manifestación de la fe cristiana de la gran mayoría de la población. Fe que lo es en Dios como origen de todo, manantial de la vida y futuro del hombre. Por eso, todo cuanto puede alcanzarnos el maternal cuidado de la Virgen manifiesta el amor de Dios. La Virgen nos acerca a Dios y cuando la imagen sagrada de la Virgen del Mar pasea las calles de la ciudad se conmueve entera. Sucede aquí lo que sucede en todos los rincones de nuestra tierra cristiana, con toda razón y justicia llamada «tierra de María Santísima».


No es la Virgen una diosa, al estilo de las divinidades femeninas del paganismo de griegos y romanos, ni tampoco encarna un mito de pasión y gloria de la feminidad. El misterio de María estriba en su maternidad divina como madre del Hijo de Dios, que es también hijo suyo. Concebido por obra del Espíritu Santo, María lo llevó en sus entrañas, lo trajo al mundo y lo introdujo en él. El misterio de María es el misterio del Verbo encarnado, del Hijo eterno de Dios, que es su Palabra y su Fuerza, hecho carne en su vientre por nosotros. Dios creó en las entrañas de la Virgen María una humanidad para su Hijo y sucedió así que el Verbo de Dios se hizo carne; y Dios se hizo Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.


Estos son los poderes de María, que sobrevinieron sobre ella por pura gracia de Dios. María es con toda verdad «hija de Sión», síntesis y recapitulación de la fe del pueblo elegido de Israel en el poder y la misericordia de Dios: fe, en definitiva, en que Dios, que por amor creó el mundo y eligió a Israel para la salvación, ha querido redimirlo haciéndose hombre en el vientre de María por amor a la humanidad. El pueblo cristiano siempre ha conocido y venerado el misterio de María. Por eso, acude a la Virgen con plena confianza de que aquel que ella llevó en su seno acogerá lleno de amor y de misericordia las súplicas e intercesión de María en favor nuestro. ¿Cómo podría el mejor hijo desoír los ruegos de la mejor madre?


Por todo esto, la fiesta de la Virgen llena de alegría la ciudad y resplandece con mayor brillo que el resto del año. La misa del sábado de la fiesta y la ofrenda floral, seguidas de la misa solemne del domingo de la procesión de la Patrona son referencia privada y pública de la mayoría de la población, que se vuelca en las calles para rendir el homenaje a la madre de sus amores, la Patrona que reina en el corazón de los almerienses. Donde está la Virgen allí está su pueblo, allí están sus hijos, acompañados de sus gozos y dolores, confiados en que lo que ella haga será del agrado de Dios. Más aún, confiando en que incluso su plegaria de madre del Redentor terminará por convencer a Dios. Si el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros, ¡qué hermoso es poder hablar a lo humano de Dios!


Dios es el mejor Padre y, aunque conoce ya de antemano todo aquello que sus hijos necesitan, quiere que se lo pidan, para estimular la fe de quien suplica. María está ahí, para ayudarnos maternalmente a discernir lo que pedimos y para acompañarnos en la súplica. La maternidad no es un suceso pasajero en la vida de una madre, sino acontecimiento permanente de generación y mantenimiento, amparo y crecimiento de la vida, que sólo se colma con la plenitud de la felicidad definitiva.


Quiera Dios que estas convicciones de fe no dejen de alimentar el culto tributado a la Virgen del Mar, venerando su sagrada imagen, tantas veces centenaria, como prueba ineludible de que somos un pueblo cristiano.


Con mi afecto y bendición.


+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

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