Queridos diocesanos:
El día de la Iglesia diocesana nos coloca una vez más ante la necesidad de tomar conciencia de nuestra responsabilidad como miembros vivos de la Iglesia, a quienes corresponde el protagonismo de la fe en todos los ámbitos de la sociedad, siempre según la condición y el estado de cada uno, porque todos hemos sido bautizados en Cristo y todos somos miembros de su Cuerpo místico que es la Iglesia.
Es verdad que los pastores hemos recibido de Cristo el mandato de guiar y de gobernar la comunidad de la Iglesia, pero no al margen de los demás bautizados, sino en cuanto cristianos con ellos, como dice san Agustín, mientras desempeñamos el oficio de pastores que Dios nos ha encomendado para beneficio espiritual de todos. La responsabilidad de llevar adelante la misión de evangelizar anunciando a Cristo, para que la salvación llegue a todos los seres humanos, ilumine la vida de las naciones, y abra la existencia de todos y cada uno al sentido que Dios da a nuestro peregrinar, es responsabilidad compartida: unos y otros estamos en la gran «comunión de fe, caridad y esperanza» de la Iglesia.
Es cierto que pasamos tiempos difíciles por la penuria del trabajo que falta, víctimas de una crisis económica y social de grandes dimensiones, pero gracias a la comunión que formamos podemos ayudarnos en solidaria fraternidad para superarla mejor. Todo cuanto aportamos a la obra del Evangelio pasa por el buen funcionamiento de los medios de evangelización e instrucción en la fe y moral cristiana; pasa por la posibilidad de celebrar la fe en iglesias que nos son necesarias para la congregación de los fieles, verdaderas casas de Dios y de la asamblea de los discípulos de Cristo: iglesias materiales donde se reúne la Iglesia espiritual de Cristo, que es su Cuerpo, templo y edificación de Dios.
En la comunión de la Iglesia todos tienen cabida, porque los cristianos acogemos a todos los hombres como hermanos, sin que cuente la actitud religiosa o agnóstica que puede separarlos de nosotros. Gracias a que en Cristo hemos conocido el amor universal de Dios, para nosotros todos los seres humanos son destinatarios de nuestro amor. Toda la acción humanitaria y caritativa de la Iglesia se inspira en el amor de Dios por todos sus hijos, porque este amor es el fundamento de todo amor humano.
La Iglesia participa en programas de asistencia social, sanitaria y de educación y promoción cultural, movida por la fe en Cristo. Es esta fe la que impulsa a los cristianos extender su amor, más allá incluso de nuestras fronteras, a los pueblos y sociedades más necesitadas o abatidas por catástrofes naturales, a sociedades y sectores de la población mundial que padecen el flagelo del atraso y la marginación, la violación de los derechos humanos y la crueldad de guerra.
El día de la Iglesia diocesana debe hacernos pensar a todos los bautizados en la responsabilidad que tenemos de sostener a nuestra Iglesia, de subvenir al sostenimiento de la evangelización, del culto y de la acción pastoral. Una labor inseparable, en sus efectos y manifestaciones privadas y públicas, de la acción humanitaria, extensa e intensa, que la Iglesia realiza, aún cuando seamos acosados por la descalificación, la incomprensión o el descrédito: unas veces, por nuestros pecados, de pastores y fieles, y otras, porque nos hostigan a causa del Evangelio, desoyendo la palabra de Cristo por odio a la fe.
Es, pues, necesaria la aportación de todos a la vida y al sostenimiento material de la Iglesia, porque somos comunión de fe, de caridad y de esperanza; somos la comunidad de aquellos que han de llevar a Cristo al mundo.
Con mi afecto y bendición
Almería, a 14 de noviembre de 2010.
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