Manuel Antonio Menchón Domínguez
Vicario Episcopal para el Clero, párroco de santa Teresa y Director Espiritual de la Hermandad de Pasión
Hemos iniciado el tiempo de una Cuaresma y comienza, en nuestras iglesias, a mostrarse, como cada año, ese panel de palabras cuaresmales: austeridad, dominio de las pasiones, ayuno, oración, penitencia, alabanza divina, amor fraterno, privaciones voluntarias, corazón contrito y humillado, limosna..., que deben ser expresión de un efectivo desplazamiento del sentido de nuestra vida, que nos lleve más en dirección hacia Dios.
El camino que lleva a Dios nunca será, como el de Adán y Eva, el de “seréis como dioses” y creernos así encumbrados sobre otros seres humanos, porque disfrutamos de un notable bienestar, de unas mejores posibilidades de mercado, de unas mayores viabilidades de acceso a la cultura; de una significativa rentabilidad económica. Acercarse a Dios no es hacerse “dios”, al menos por ese camino. Por ahí no se aprende a ser Dios, sino a ser unos “pobres diablos”, por esa pobreza de espíritu, que nos hace mezquinos, intolerantes, autosuficientes, intransigentes...
Resulta curioso lo que se cuenta del Senado Romano, pocos años después de Jesucristo. Roma aceptaba los dioses de todos los países que conquistaba y, por lo mismo, tenía dioses innumerables. Había dioses terribles, como Marte el dios de la guerra; viciosos como Baco, el dios del trago y de la borrachera; encantadores y viciosos también, como Venus la diosa del amor y de la lujuria; poderosos, como Júpiter, el dios más importante.... Pues, bien; el Senado quiso determinar cómo se iba a llamar el mayor y el mejor de entre tantos dioses. Los senadores empezaron a soltar nombres:
- ¡El Dios de la riqueza!... ¡El dios de la sabiduría!... ¡El dios del poder!...
No se ponían de acuerdo. Hasta que un senador muy sensato y, por lo visto, también muy bueno, propuso ante el silencio de todos:
- Mejor será llamarle “Dios de Bondad”. Porque, si le llamamos “Dios de la riqueza”, ¿qué será de los pobres? Si le llamamos “Dios de la sabiduría”, ¿qué será de los sencillos? Si le llamamos “Dios del poder”, ¿quién pensará en los humildes y quién cuidará de ellos? Por lo tanto, si queremos un Dios que sea de todos y para todos, vamos a llamarle “Dios de la Bondad”
Un aplauso coronó la intervención de este buen senador, y una aprobación sin ningún voto en contra fue el resultado de aquella intervención tan afortunada.
Lo que es cierto y seguro para los cristianos es que Dios, nuestro Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, podrá ser y es el Dios omnipotente y eterno, el Dios sapientísimo y omnipresente, el Dios..., digamos todo lo que queramos de Él, pues todo será verdad.
Pero lo primero, lo más importante, lo que más nos interesa es que Dios, nuestro Dios, es AMOR, es misericordia, es bondad, es perdón, es generosidad, es ternura...
Y entonces, viene la gran consecuencia: ¿Podemos ser como Dios?
¿Podemos amar y esparcir amor por doquier?
¿Podemos ser compasivos y misericordiosos?
¿Podemos ser bondadosos con todos en nuestro trato de cada día?
¿Podemos perdonar cuando hemos recibido una ofensa?
¿Podemos ser generosos, frente al egoísmo que vemos a nuestro alrededor?
¿Podemos tener un corazón tierno, que haría felices a tantos corazones, que nos ganaría también a nosotros muchos corazones, y haría ver por nosotros la imagen verdadera de Dios a tantos como lo buscan y no lo encuentran?
El único “talante” para asemejarse a Dios es asumir el estilo de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios: arrodillarse delante de los hermanos para lavarles los pies. Es decir, un Dios que no utiliza su “grandeza” para estar por encima de los seres humanos, sino que se pone a los pies, a ras de suelo, para servirnos a los que nos llamó hermanos y por los tanto, también hijos de Dios. Esa es la única manera de llegar a ser como Dios.
Pues, tal vez, por ahí podría comenzar nuestro camino de reencuentro con Dios en esta Cuaresma y todo ese panel de palabras nos ayuden a rebajarnos, más arrodillados, ante los demás.
Somos libres de escoger una de dos vías: “pretender ser dioses o ser lo más parecido a posible a Dios. El parecido lo tenemos por ser sus hijos, como los hijos se parecen a los padres, pero el verdadero parecido está en el corazón, sólo a los padres que lo dan todo por los hijos, se parecen los hijos que lo dan todo por ellos y por sus hermanos.
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