La Hermandad de Pasión, en su caminar en esta Cuaresma de 2012,participará mañana en el Via-Crucis a celebrar en la Parroquia de SantaTeresa de Jesús. Reflexionaremos sobre la pasión y muerte del Hijo de Dios,con el siguiente texto propuesto por nustro Parroco y Consiliario D. ManuelA. Menchon.
VIACRUCIS
02. Marzo. 2012
AL EMPEZAR EL VIA CRUCIS
En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. AMEN.
Hermanos: estamos aquí reunidos para recordar los grandes sufrimientos que Cristo soportó para salvarnos. Un día Cristo dijo: «No existe amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13).
Sufriendo y muriendo en la Cruz, Jesús nos dio la prueba más grande de su amor. Recorriendo estas estaciones del VIA CRUCIS, iremos meditando sobre nuestros pecados, que fueron la causa de la muerte de Cristo, y al mismo tiempo nos preguntaremos: ¿Qué hacemos para que la Sangre de Cristo no sea desperdiciada? ¿Cuánta gente hay todavía que no conoce a Cristo y no lo ama? ¿Qué puedo hacer yo para que se acerquen más a Jesús, que sufrió tanto para salvarnos?
Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar las penas y las fatigas, las torturas de la vida diaria; que tu muerte y ascensión nos levante, para que lleguemos a una más grande y creativa abundancia de vida. Tú que has tomado con paciencia y humildad la profundidad de la vida humana, igual que las penas y sufrimientos de tu cruz, ayúdanos para que aceptemos el dolor y las dificultades que nos trae cada nuevo día y que crezcamos como personas y lleguemos a ser más semejantes a ti. Haznos capaces de permanecer con paciencia y ánimo, y fortalece nuestra confianza en tu ayuda. Déjanos comprender que sólo podemos alcanzar una vida plena si morimos poco a poco a nosotros mismos y a nuestros deseos egoístas. Pues sólo si morimos contigo, podemos resucitar contigo.
I. JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Ya el profeta Isaías lo había anunciado:
« ¿Quién podrá creer esta noticia? No tenía gracia ni belleza para que nos fijáramos en él.
Despreciado y tenido como la basura de los hombres, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento. Ha sido tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por nuestros pecados.
El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. FUE DETENIDO Y ENJUICIADO injustamente y herido de muerte por los crímenes de su pueblo» (Is 53,1-8).
Llegada la mañana todos los príncipes de los sacerdotes, los ancianos del pueblo, tuvieron consejo contra Jesús para matarlo, y atado lo llevaron al procurador Pilato (Mt 27, 1-2)
Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación. Nosotros somos aquel pueblo por el que Cristo fue condenado a muerte. Cristo aceptó ser NUESTRO REPRESENTANTE delante del Padre y pagar por nuestros pecados. La condena de Pilato tenía que recaer sobre cada uno de nosotros.
OREMOS
Señor Jesús, gracias por habernos amado tanto. Ten piedad de nosotros. Ayúdanos a conocer nuestros pecados, que han sido la causa de tu condenación a muerte. Danos, Señor, imitarte, uniéndonos a Ti por el Silencio cuando alguien nos haga sufrir. Nosotros lo merecemos.
II. JESUS CARGA LA CRUZ Y SE DIRIGE AL CALVARIO
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Después de la condena, le entregan a Cristo una cruz, y empieza su largo y penoso camino hacia el Calvario, lugar donde será crucificado. Detengámonos y pensemos: Si Cristo hizo tanto por nosotros, ¿es justo que nosotros sigamos diciendo que estamos ocupados y no tenemos tiempo para conocer más a Cristo y seguirlo de veras? ¿Por qué nos espanta tanto el sufrimiento, si nuestro Maestro llegó a dar la vida por nosotros?
Escuchemos su Palabra:
« Si alguno quiere seguirme, olvídese de sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará.
¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?
Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en medio de esta gente adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él, cuando venga en la gloria del Padre con los santos ángeles » (Mc 8,34-38).
El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».¡ Muchas veces miramos pero no vemos nada! Todos nosotros tenemos que llevar la cruz y tenemos que seguir a Cristo al Calvario, si queremos reencontrarnos con Él. Jesucristo, antes de su muerte, nos ha dado su Cuerpo y su Sangre para que nosotros podamos vivir y tengamos bastante ánimo para llevar la cruz y seguirle, paso a paso.
OREMOS
Señor Jesús, concédenos llevar nuestra cruz con fidelidad hasta la muerte. Que comprendamos, Señor, el valor de la cruz, de nuestras pequeñas cruces de cada día, de nuestras dolencias, de nuestra soledad. Danos convertir en ofrenda amorosa nuestra cruz de cada día.
III. JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Cristo no puede seguir adelante, cargando con la cruz por mucho rato. Ya se acabaron sus fuerzas: la agonía en el Getsemaní, la noche pasada entre los insultos de los jefes del pueblo, la flagelación y la coronación de espinas, lo han destruido, y cae agotado. Los soldados se le acercan y le pegan sin compasión. Jesús reúne todas sus fuerzas, se levanta otra vez y sigue su camino, sin decir una palabra.
« He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas a los que mesaban mi barba, y no oculté mi rostro a los insultos y salivazos.
Puse mi cara dura como piedra» (Is 50,6-7).
Dijo Jesús: El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y sígame, pues el que quiera salvar su vida la perderá: pero el que pierda su vida, ese la salvará (Mt 16,24). El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.
En nuestras estaciones del Vía Crucis vemos que caen los pobres y los que tienen hambre, como se ha caído Cristo. ¿Estamos presentes para ayudarle a Él? ¿Lo estamos con nuestro sacrificio, nuestro verdadero pan? Hay miles y miles de personas que morirían por un bocadito de amor, por un pequeño bocadito de aprecio. Esta es una estación del Vía Crucis donde Jesús se cae de hambre.
OREMOS
Señor Jesús, enséñanos a sufrir. Que no nos desanimemos en la prueba. Danos la fuerza para levantarnos, cuando caemos en el pecado. Tú caes, Señor, para redimirnos. Para ayudarnos a levantarnos en nuestras caídas diarias, cuando después de habernos propuesto ser fieles, volvemos a reincidir en nuestros defectos cotidianos. ¡Ayúdanos a levantarnos siempre y a seguir nuestro camino hacia Ti!
IV. JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Ya se lo había anunciado el anciano Simeón, cuando María presentó al niño Jesús en el Templo:
« Simeón lo bendijo, y después dijo a María, su Madre: Mira, este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una bandera, de modo que a Él lo atacarán y a ti misma una espada te atravesará el corazón» (Lc 2,34-35).
Al ver a Jesús cargando la cruz y lleno de sangre, entre los insultos de la gente, María siente en su corazón un profundo dolor y se acuerda de la profecía de Simeón. Se une íntimamente al sacrificio de su Hijo, sufriendo con Él por nuestra salvación. Sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se transmiten.
Nosotros conocemos la cuarta estación del Vía Crucis en la que Jesús encuentra a su Madre. ¿Somos nosotros los que sufrimos las penas de una madre? ¿Una madre llena de amor y de comprensión? ¿Estamos aquí para comprender a nuestra juventud si se cae? ¿Si está sola?¿ Si no se siente deseada? ¿Estamos entonces presentes?
OREMOS
María, madre de Jesús y madre nuestra, enséñanos a sufrir con Jesús por la salvación del mundo entero.
Haz Señor, que me encuentre al lado de tu Madre en todos los momentos de mi vida.
Con ella, apoyándome en su cariño maternal, tengo la seguridad de llegar a Ti en el último día de mi existencia.
V. EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Jesús ya no puede seguir con la cruz, está tan acabado. Entonces, los soldados obligan a un hombre de Cirene para que ayude a Jesús a llevar la cruz. Es un ejemplo para nosotros. También nosotros tenemos que ayudar a Jesús para que su sangre no sea inútil para nuestros hermanos. Todavía hay muchos que no conocen a Cristo; nosotros tenemos que preocuparnos por ellos y hacer algo. Acordémonos de las palabras de Cristo:
« La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rogad, pues al Dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Id, mirad que os envío como corderos en medio de lobos» (Lc 10, 2-3).
Simón de Cirene tomaba la cruz y seguía a Jesús, le ayudaba a llevar su cruz. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada. Con lo que habéis dado durante el año, como signo de amor a la juventud, los miles y millones de cosas que habéis hecho a Cristo en los pobres, habéis sido Simón de Cirene en cada uno de vuestros hechos.
Cada uno de nosotros tenemos nuestra vocación, hemos venido al mundo para algo concreto, para realizarnos de una manera particular.
¿Cuál es la mía y cómo la llevo a cabo?
Pero hay algo que es misión mía y de todos: la de ser Cireneo de los demás, la de ayudar a todos. ¿Cómo llevo adelante la realización de mi misión de Cireneo?
Pidamos a Dios continuamente para que envíe más misioneros y catequistas a su Iglesia, que tengan el valor de predicar el mensaje de Cristo con fe y sin miedo, convencidos de que sólo mediante la entrega y el sufrimiento se ayuda a Cristo en su obra de salvación.
OREMOS
Señor Jesús, perdónanos si muchas veces no te hemos ayudado a llevar la cruz. Tal vez por culpa nuestra muchos se echaron a perder. Ayúdanos a vivir el compromiso que tomaremos el día de la Confirmación, de ser soldados tuyos en el mundo.
VI. LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Mientras Jesús trata de seguir adelante, una mujer se le acerca y le enjuga el rostro con una toalla, quedando en ella la imagen de su cara.
Cada cristiano tiene que imitar a la Verónica, procurando transformar su misma vida en una imagen de Cristo. Escuchemos a San Pablo:
« Más, ahora, desechad vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador. (Col 3,8-10).
Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis». Con respecto a los pobres, los abandonados, los no deseados, ¿somos como la Verónica? ¿Estamos presentes para quitar sus preocupaciones y compartir sus penas? ¿O somos parte de los orgullosos que pasan y no pueden ver?
OREMOS Señor Jesús, graba en nuestros corazones la imagen de tu rostro. Que nunca nos olvidemos de ti.
Nosotros, Señor, te abandonamos cuando nos dejamos llevar por el "qué dirán", por el respeto humano, cuando no nos atrevemos a defender al prójimo ausente, cuando no nos atrevemos a replicar una broma que ridiculiza a los que tratan de acercarse a Ti.
Y en tantas otras ocasiones. Ayúdanos a no dejarnos llevar por el respeto humano, por el "qué dirán".
VII. JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Nuestras recaídas en el pecado fueron la causa de las numerosas caídas de Jesús en su doloroso camino hacia el Calvario. Es necesario que tomemos en serio nuestro compromiso cristiano, recordando que hemos sido salvados por la sangre de Cristo, el Hijo de Dios.
« Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia; más bien, así como el que os ha llamado es Santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo.
Sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no mediante un rescate material de oro y plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin mancha ni defecto.
Amaos intensamente unos a otros, con corazón puro, pues habeis sido reengendrados por medio de la Palabra de Dios viva y permanente. Esta es la Buena Nueva anunciada a vosotros» (1 Pe 1,14-16.18-19.22b-23.25).
Jesús cae de nuevo. Este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración. ¿Hemos recogido a personas de la calle que han vivido como animales y se murieron entonces como ángeles? ¿Estamos presentes para levantarlos? También en muestro entorno podemos ver a gente en el parque que están solos, no deseados, no cuidados, sentados, miserables. Nosotros los rechazamos con la palabra alcoholizados. No nos importan. Pero es Jesús quien necesita nuestras manos para limpiar sus caras. ¿Podemos hacerlo?, ¿o pasaremos sin mirar?
OREMOS Caes, Señor, por segunda vez. El Vía Crucis nos señala tres caídas en tu caminar hacia el Calvario. Tal vez fueran más.
Caes delante de todos... ¿Cuándo aprenderemos nosotros a no temer el quedar mal ante los demás, por un error, por una equivocación? ¿Cuándo aprenderemos que también eso se puede convertir en ofrenda?
Señor Jesús, perdónanos por nuestras recaídas en el pecado. Danos la fuerza de tu Espíritu, para que podamos resistir todos los ataques y caídas.
VIII. JESÚS HABLA A LAS PIADOSAS MUJERES
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Ahora Jesús nos dirige las palabras: « No lloréis por mí; yo ya hice todo lo que pude para salvarlos. Llorad más bien por vosotros mismos. Porque, si no os arrepentís de veras y no dejáis el pecado de una vez, seréis castigados, como les pasó a los habitantes de Jerusalén, por no haber hecho caso a mis palabras. Y sufriréis aún más, porque se tratará de un castigo eterno».
«Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se lamentaban y lloraban por Él. Vuelto hacia ellas les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: Dichosas las estériles. Porque, si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?» (Lc 23,27-31).
Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios. Muchas veces, tendríamos que analizar la causa de nuestras lágrimas. De nuestros pesares, de nuestras preocupaciones. Tal vez hay en ellos un fondo de orgullo, de amor propio mal entendido, de egoísmo, de envidia.
Deberíamos llorar por nuestra falta de correspondencia a tus innumerables beneficios de cada día, que nos manifiestan, Señor, cuánto nos quieres. Danos profunda gratitud y correspondencia a tu misericordia.
OREMOS
Señor Jesús, concédenos un verdadero arrepentimiento de nuestros pecados y un firme propósito de no volver a pecar.
IX JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
A pesar de hacer todo el esfuerzo posible para seguir adelante, Jesús ya no aguanta y cae por tercera vez. Así es cuando uno es débil. Así pasa con nosotros, cuando volvemos a caer en el pecado. Es necesario que Dios mismo intervenga en nuestra vida, purificándonos del pecado y dándonos un nuevo corazón. Escuchemos al profeta Ezequiel:
«Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados. Os purificaré de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras. Y os daré un corazón nuevo. Infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis preceptos y respetéis mis normas» (Ez 36,25-27).
Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.
Jesús cae de nuevo para ti y para mí. Se le quitan sus vestidos, hoy se le roba a los pequeños el amor antes del nacimiento. Ellos tienen que morir porque nosotros no deseamos a estos niños. Estos niños deben quedarse desnudos, porque nosotros no los deseamos, y Jesús toma este grave sufrimiento. El no nacido toma este sufrimiento porque no tiene más remedio.
Si seguimos pecando, es que no hemos tenido fe suficiente en las promesas de nuestro Padre Dios. Pidámosle a Dios que aumente nuestra fe y cumpla en nosotros su promesa.
OREMOS Padre Celestial, en el nombre de Jesús, te pedimos que nos quites de una vez este corazón de piedra y nos concedas un corazón de carne, que sepa amar de veras a Ti y a los hermanos.
X JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Llegados al lugar de la ejecución, le quitan las vestiduras a Jesús.
« Yo soy un gusano, y ya no un hombre; vergüenza de los hombres y basura del pueblo. Mis huesos se han descoyuntado, mi corazón se derrite como cera. Se reparten entre sí mis vestiduras y mi túnica se juegan a los dados» ( Sal 22,7.15.19).
Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada soldado y la túnica (Jn 19,23)
Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del Hijo querido. Mientras Jesús es despojado de las vestiduras, nosotros seguimos teniendo nuestro corazón apegado al dinero y a los honores. Se ve que no hemos entendido nada del mensaje de Cristo. Es necesario que de una vez tomemos una decisión clara: o con Cristo o contra Cristo, ya que es imposible servir a dos amos.
OREMOS
Arrancan tus vestiduras, adheridas a Ti por la sangre de tus heridas. A infinita distancia de tu dolor, nosotros hemos sentido, a veces, cómo algo se arrancaba dolorosamente de nosotros por la pérdida de los seres queridos.
Señor, que sepamos ofrecerte el recuerdo de las separaciones que nos desgarraron, uniéndonos a tu pasión y esforzándonos en consolar a los que sufren, huyendo de nuestro propio egoísmo.
Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar las penas, fatigas y torturas de la vida diaria, para que logremos siempre una más grande y creativa abundancia de vida! Señor Jesús, ayúdanos a despojarnos de nuestras malas costumbres.
XI JESÚS ES CRUCIFICADO
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Empezando su predicación, Jesús había dicho:
« Así como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, así también es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único, para que todo el que crea en Él, no se pierda, sino que tenga la vida eterna» ( Jn 3,14-16).
Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí con dos malhechores Jesús decía: padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 33).
El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. ¿Cuánta gente hay todavía en el mundo que no conoce este amor de Dios?
¿Qué estoy haciendo yo para que la Sangre de Cristo no sea inútil para mí y para mis hermanos?
Jesús es crucificado. ¡Cuántos disminuidos psíquicos, retrasados mentales, enfermos y ancianos llenan las clínicas y los asilos! Cuántos hay en nuestro propio pueblo. ¿Les visitamos? ¿Compartimos con ellos este calvario? ¿Sabemos algo de ellos? Jesús nos ha dicho: Si vosotros queréis ser mis discípulos, tomad la cruz y seguidme y Él opina que nosotros hemos de coger la cruz y que le demos de comer a Él en los que tienen hambre, que visitemos a los desnudos y los recibamos por Él en nuestra casa y que hagamos de ella su hogar.
OREMOS Señor Jesús, ayúdanos a ser tus testigos en el mundo. Que todos los hombres conozcan tu amor y se acerquen a Ti.
Danos responder a tu amor con amor, cumplir tu Voluntad, trabajar por nuestra salvación, ayudados de tu gracia. Y danos trabajar con ahínco por la salvación de nuestros hermanos.
XII. JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Después de tres horas de penosísima agonía, Jesús muere, entre los insultos y las burlas del pueblo. Es el nuevo Cordero Pascual. En su sangre se establece el Nuevo Compromiso, o Alianza, entre Dios y el nuevo Pueblo de Israel, representado por María, San Juan y unas cuantas mujeres. Es el momento más importante de toda la historia de la humanidad. Alabemos a Cristo y démosle gracias por el gran amor que nos ha manifestado.
« Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y por tu sangre compraste para Dios, hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes que reina sobre la tierra. Digno es el Cordero que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza» ( Ap 9,10.12).
A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas. Hagamos las estaciones de nuestro vía crucis personal con ánimo y con gran alegría, pues tenemos a Jesús en la sagrada Comunión, que es el Pan de la Vida que nos da vida y fuerza! Su sufrimiento es nuestra energía, nuestra alegría, nuestra pureza. Sin Él no podemos hacer nada.
OREMOS Gracias, Señor Jesús, por habernos amado tanto. Que nunca nos cansemos de alabarte y bendecirte.
XIII. BAJAN A JESÚS DE LA CRUZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
¿Qué más hubiera podido hacer Jesús por nosotros, y no lo hizo? «Contemplarán al que traspasaron», dice San Juan, concluyendo el relato de la Pasión de Cristo. Es lo que nosotros estamos tratando de hacer: contemplar, meditar, pensar seriamente en Cristo, muerto por nosotros. En realidad, sabemos que «en ningún otro se encuentra la salvación, ya que no se ha dado a los hombres sobre la otra tierra otro nombre por el cual podamos ser salvados» (Hch 4,12).
«Vinieron entonces los soldados y les quebraron las piernas a los que estaban crucificados para después retirarlos. Al llegar a Jesús vieron que ya estaba muerto. Así que no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado de una lanzada y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo declara para ayudarles en su fe, y su testimonio es verdadero. El mismo sabe que dice la verdad. Esto sucedió para que se cumpla la Escritura que dice: "No le quebrarán ni un solo hueso", y en otra dice: "Contemplarán el que traspasaron"» (Jn 19,32-37).
Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María. Nosotros, llenos de amor y de energía, no desperdiciemos nuestras fuerzas en cosas sin sentido!
OREMOS Señor Jesús, reconocemos que Tú eres el único Salvador y Señor. Que nunca nos olvidemos de Ti.
XIV. JESÚS ES SEPULTADO
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Después de haberlo bajado de la cruz, lo llevaron al sepulcro. He aquí el ejemplo más grande de la humillación. Escuchemos a San Pablo:
« Que colméis mi alegría siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual, no su propio interés, sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Habiéndose comportado como hombre, se humilló, obedeciendo hasta la muerte, y muerte en una cruz» ( Fil 2,2-8).
Había un huerto cerca del sitio donde fue crucificado Jesús, y en él un sepulcro nuevo, en el cual aún nadie había sido enterrado y pusieron allí a Jesús (Jn 19, 41-42).
Aquí vemos todo lo contrario de la actitud de Adán y Eva, nuestros padres en la desobediencia. Siendo hombres, quisieron ser iguales a Dios. Jesús, siendo Dios se hizo igual a nosotros, para salvarnos. El silencio del sepulcro tiene mucho que enseñarnos.
Miremos a nuestro alrededor y veamos, miremos a nuestros hermanos y hermanas no sólo en nuestro país o en nuestro pueblo, sino en todas las partes donde hay personas con hambre que nos esperan. Desnudos que no tienen patria. ¡Todos nos miran! ¡No les volvamos las espaldas, pues ellos son el mismo Cristo!
OREMOS Señor Jesús, enséñanos a ser humildes. Que nunca busquemos los honores de este mundo. Enséñanos a ver lo que pasa, lo transitorio y pasajero, a la luz de lo que no pasa. Y que esa luz ilumine todos nuestros actos.
ORACIÓN FINAL
Hermanos, hemos visto cuánto Dios hizo por nosotros. Acerquémonos, pues, a Él con toda confianza, pidiéndole sinceramente perdón por todos los pecados que hayamos cometido y renovándole la entrega total de nuestra vida. Él nos amó y entregó su vida por nosotros; también nosotros, de ahora en adelante, tratemos de amarlo sobre todas las cosas y de vivir conducidos por su mismo Espíritu.
Padre Celestial, te damos gracias y te alabamos por el gran amor que has manifestado hacia nosotros. Por amor nos creaste y por amor nos redimiste, entregando a tu mismo Hijo, que derramó toda su sangre para pagar nuestra libertad y conseguirnos el perdón de los pecados.
Y para que nuestra vida, desde ahora fuera una ofrenda agradable para ti, nos enviaste al Espíritu Santo como primicia de la nueva vida que tendremos un día en la gloria. Bendito sea para siempre tu santo Nombre. No permitas nunca que volvamos al pecado; más bien, ayúdanos a tener siempre una vida santa, alabándote ahora y por los siglos de los siglos. AMÉN.
02. Marzo. 2012
AL EMPEZAR EL VIA CRUCIS
En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. AMEN.
Hermanos: estamos aquí reunidos para recordar los grandes sufrimientos que Cristo soportó para salvarnos. Un día Cristo dijo: «No existe amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13).
Sufriendo y muriendo en la Cruz, Jesús nos dio la prueba más grande de su amor. Recorriendo estas estaciones del VIA CRUCIS, iremos meditando sobre nuestros pecados, que fueron la causa de la muerte de Cristo, y al mismo tiempo nos preguntaremos: ¿Qué hacemos para que la Sangre de Cristo no sea desperdiciada? ¿Cuánta gente hay todavía que no conoce a Cristo y no lo ama? ¿Qué puedo hacer yo para que se acerquen más a Jesús, que sufrió tanto para salvarnos?
Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar las penas y las fatigas, las torturas de la vida diaria; que tu muerte y ascensión nos levante, para que lleguemos a una más grande y creativa abundancia de vida. Tú que has tomado con paciencia y humildad la profundidad de la vida humana, igual que las penas y sufrimientos de tu cruz, ayúdanos para que aceptemos el dolor y las dificultades que nos trae cada nuevo día y que crezcamos como personas y lleguemos a ser más semejantes a ti. Haznos capaces de permanecer con paciencia y ánimo, y fortalece nuestra confianza en tu ayuda. Déjanos comprender que sólo podemos alcanzar una vida plena si morimos poco a poco a nosotros mismos y a nuestros deseos egoístas. Pues sólo si morimos contigo, podemos resucitar contigo.
I. JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Ya el profeta Isaías lo había anunciado:
« ¿Quién podrá creer esta noticia? No tenía gracia ni belleza para que nos fijáramos en él.
Despreciado y tenido como la basura de los hombres, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento. Ha sido tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por nuestros pecados.
El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. FUE DETENIDO Y ENJUICIADO injustamente y herido de muerte por los crímenes de su pueblo» (Is 53,1-8).
Llegada la mañana todos los príncipes de los sacerdotes, los ancianos del pueblo, tuvieron consejo contra Jesús para matarlo, y atado lo llevaron al procurador Pilato (Mt 27, 1-2)
Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación. Nosotros somos aquel pueblo por el que Cristo fue condenado a muerte. Cristo aceptó ser NUESTRO REPRESENTANTE delante del Padre y pagar por nuestros pecados. La condena de Pilato tenía que recaer sobre cada uno de nosotros.
OREMOS
Señor Jesús, gracias por habernos amado tanto. Ten piedad de nosotros. Ayúdanos a conocer nuestros pecados, que han sido la causa de tu condenación a muerte. Danos, Señor, imitarte, uniéndonos a Ti por el Silencio cuando alguien nos haga sufrir. Nosotros lo merecemos.
II. JESUS CARGA LA CRUZ Y SE DIRIGE AL CALVARIO
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Después de la condena, le entregan a Cristo una cruz, y empieza su largo y penoso camino hacia el Calvario, lugar donde será crucificado. Detengámonos y pensemos: Si Cristo hizo tanto por nosotros, ¿es justo que nosotros sigamos diciendo que estamos ocupados y no tenemos tiempo para conocer más a Cristo y seguirlo de veras? ¿Por qué nos espanta tanto el sufrimiento, si nuestro Maestro llegó a dar la vida por nosotros?
Escuchemos su Palabra:
« Si alguno quiere seguirme, olvídese de sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará.
¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?
Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en medio de esta gente adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él, cuando venga en la gloria del Padre con los santos ángeles » (Mc 8,34-38).
El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».¡ Muchas veces miramos pero no vemos nada! Todos nosotros tenemos que llevar la cruz y tenemos que seguir a Cristo al Calvario, si queremos reencontrarnos con Él. Jesucristo, antes de su muerte, nos ha dado su Cuerpo y su Sangre para que nosotros podamos vivir y tengamos bastante ánimo para llevar la cruz y seguirle, paso a paso.
OREMOS
Señor Jesús, concédenos llevar nuestra cruz con fidelidad hasta la muerte. Que comprendamos, Señor, el valor de la cruz, de nuestras pequeñas cruces de cada día, de nuestras dolencias, de nuestra soledad. Danos convertir en ofrenda amorosa nuestra cruz de cada día.
III. JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Cristo no puede seguir adelante, cargando con la cruz por mucho rato. Ya se acabaron sus fuerzas: la agonía en el Getsemaní, la noche pasada entre los insultos de los jefes del pueblo, la flagelación y la coronación de espinas, lo han destruido, y cae agotado. Los soldados se le acercan y le pegan sin compasión. Jesús reúne todas sus fuerzas, se levanta otra vez y sigue su camino, sin decir una palabra.
« He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas a los que mesaban mi barba, y no oculté mi rostro a los insultos y salivazos.
Puse mi cara dura como piedra» (Is 50,6-7).
Dijo Jesús: El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y sígame, pues el que quiera salvar su vida la perderá: pero el que pierda su vida, ese la salvará (Mt 16,24). El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.
En nuestras estaciones del Vía Crucis vemos que caen los pobres y los que tienen hambre, como se ha caído Cristo. ¿Estamos presentes para ayudarle a Él? ¿Lo estamos con nuestro sacrificio, nuestro verdadero pan? Hay miles y miles de personas que morirían por un bocadito de amor, por un pequeño bocadito de aprecio. Esta es una estación del Vía Crucis donde Jesús se cae de hambre.
OREMOS
Señor Jesús, enséñanos a sufrir. Que no nos desanimemos en la prueba. Danos la fuerza para levantarnos, cuando caemos en el pecado. Tú caes, Señor, para redimirnos. Para ayudarnos a levantarnos en nuestras caídas diarias, cuando después de habernos propuesto ser fieles, volvemos a reincidir en nuestros defectos cotidianos. ¡Ayúdanos a levantarnos siempre y a seguir nuestro camino hacia Ti!
IV. JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Ya se lo había anunciado el anciano Simeón, cuando María presentó al niño Jesús en el Templo:
« Simeón lo bendijo, y después dijo a María, su Madre: Mira, este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una bandera, de modo que a Él lo atacarán y a ti misma una espada te atravesará el corazón» (Lc 2,34-35).
Al ver a Jesús cargando la cruz y lleno de sangre, entre los insultos de la gente, María siente en su corazón un profundo dolor y se acuerda de la profecía de Simeón. Se une íntimamente al sacrificio de su Hijo, sufriendo con Él por nuestra salvación. Sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se transmiten.
Nosotros conocemos la cuarta estación del Vía Crucis en la que Jesús encuentra a su Madre. ¿Somos nosotros los que sufrimos las penas de una madre? ¿Una madre llena de amor y de comprensión? ¿Estamos aquí para comprender a nuestra juventud si se cae? ¿Si está sola?¿ Si no se siente deseada? ¿Estamos entonces presentes?
OREMOS
María, madre de Jesús y madre nuestra, enséñanos a sufrir con Jesús por la salvación del mundo entero.
Haz Señor, que me encuentre al lado de tu Madre en todos los momentos de mi vida.
Con ella, apoyándome en su cariño maternal, tengo la seguridad de llegar a Ti en el último día de mi existencia.
V. EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Jesús ya no puede seguir con la cruz, está tan acabado. Entonces, los soldados obligan a un hombre de Cirene para que ayude a Jesús a llevar la cruz. Es un ejemplo para nosotros. También nosotros tenemos que ayudar a Jesús para que su sangre no sea inútil para nuestros hermanos. Todavía hay muchos que no conocen a Cristo; nosotros tenemos que preocuparnos por ellos y hacer algo. Acordémonos de las palabras de Cristo:
« La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rogad, pues al Dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Id, mirad que os envío como corderos en medio de lobos» (Lc 10, 2-3).
Simón de Cirene tomaba la cruz y seguía a Jesús, le ayudaba a llevar su cruz. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada. Con lo que habéis dado durante el año, como signo de amor a la juventud, los miles y millones de cosas que habéis hecho a Cristo en los pobres, habéis sido Simón de Cirene en cada uno de vuestros hechos.
Cada uno de nosotros tenemos nuestra vocación, hemos venido al mundo para algo concreto, para realizarnos de una manera particular.
¿Cuál es la mía y cómo la llevo a cabo?
Pero hay algo que es misión mía y de todos: la de ser Cireneo de los demás, la de ayudar a todos. ¿Cómo llevo adelante la realización de mi misión de Cireneo?
Pidamos a Dios continuamente para que envíe más misioneros y catequistas a su Iglesia, que tengan el valor de predicar el mensaje de Cristo con fe y sin miedo, convencidos de que sólo mediante la entrega y el sufrimiento se ayuda a Cristo en su obra de salvación.
OREMOS
Señor Jesús, perdónanos si muchas veces no te hemos ayudado a llevar la cruz. Tal vez por culpa nuestra muchos se echaron a perder. Ayúdanos a vivir el compromiso que tomaremos el día de la Confirmación, de ser soldados tuyos en el mundo.
VI. LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Mientras Jesús trata de seguir adelante, una mujer se le acerca y le enjuga el rostro con una toalla, quedando en ella la imagen de su cara.
Cada cristiano tiene que imitar a la Verónica, procurando transformar su misma vida en una imagen de Cristo. Escuchemos a San Pablo:
« Más, ahora, desechad vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador. (Col 3,8-10).
Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis». Con respecto a los pobres, los abandonados, los no deseados, ¿somos como la Verónica? ¿Estamos presentes para quitar sus preocupaciones y compartir sus penas? ¿O somos parte de los orgullosos que pasan y no pueden ver?
OREMOS Señor Jesús, graba en nuestros corazones la imagen de tu rostro. Que nunca nos olvidemos de ti.
Nosotros, Señor, te abandonamos cuando nos dejamos llevar por el "qué dirán", por el respeto humano, cuando no nos atrevemos a defender al prójimo ausente, cuando no nos atrevemos a replicar una broma que ridiculiza a los que tratan de acercarse a Ti.
Y en tantas otras ocasiones. Ayúdanos a no dejarnos llevar por el respeto humano, por el "qué dirán".
VII. JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Nuestras recaídas en el pecado fueron la causa de las numerosas caídas de Jesús en su doloroso camino hacia el Calvario. Es necesario que tomemos en serio nuestro compromiso cristiano, recordando que hemos sido salvados por la sangre de Cristo, el Hijo de Dios.
« Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia; más bien, así como el que os ha llamado es Santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo.
Sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no mediante un rescate material de oro y plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin mancha ni defecto.
Amaos intensamente unos a otros, con corazón puro, pues habeis sido reengendrados por medio de la Palabra de Dios viva y permanente. Esta es la Buena Nueva anunciada a vosotros» (1 Pe 1,14-16.18-19.22b-23.25).
Jesús cae de nuevo. Este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración. ¿Hemos recogido a personas de la calle que han vivido como animales y se murieron entonces como ángeles? ¿Estamos presentes para levantarlos? También en muestro entorno podemos ver a gente en el parque que están solos, no deseados, no cuidados, sentados, miserables. Nosotros los rechazamos con la palabra alcoholizados. No nos importan. Pero es Jesús quien necesita nuestras manos para limpiar sus caras. ¿Podemos hacerlo?, ¿o pasaremos sin mirar?
OREMOS Caes, Señor, por segunda vez. El Vía Crucis nos señala tres caídas en tu caminar hacia el Calvario. Tal vez fueran más.
Caes delante de todos... ¿Cuándo aprenderemos nosotros a no temer el quedar mal ante los demás, por un error, por una equivocación? ¿Cuándo aprenderemos que también eso se puede convertir en ofrenda?
Señor Jesús, perdónanos por nuestras recaídas en el pecado. Danos la fuerza de tu Espíritu, para que podamos resistir todos los ataques y caídas.
VIII. JESÚS HABLA A LAS PIADOSAS MUJERES
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Ahora Jesús nos dirige las palabras: « No lloréis por mí; yo ya hice todo lo que pude para salvarlos. Llorad más bien por vosotros mismos. Porque, si no os arrepentís de veras y no dejáis el pecado de una vez, seréis castigados, como les pasó a los habitantes de Jerusalén, por no haber hecho caso a mis palabras. Y sufriréis aún más, porque se tratará de un castigo eterno».
«Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se lamentaban y lloraban por Él. Vuelto hacia ellas les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: Dichosas las estériles. Porque, si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?» (Lc 23,27-31).
Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios. Muchas veces, tendríamos que analizar la causa de nuestras lágrimas. De nuestros pesares, de nuestras preocupaciones. Tal vez hay en ellos un fondo de orgullo, de amor propio mal entendido, de egoísmo, de envidia.
Deberíamos llorar por nuestra falta de correspondencia a tus innumerables beneficios de cada día, que nos manifiestan, Señor, cuánto nos quieres. Danos profunda gratitud y correspondencia a tu misericordia.
OREMOS
Señor Jesús, concédenos un verdadero arrepentimiento de nuestros pecados y un firme propósito de no volver a pecar.
IX JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
A pesar de hacer todo el esfuerzo posible para seguir adelante, Jesús ya no aguanta y cae por tercera vez. Así es cuando uno es débil. Así pasa con nosotros, cuando volvemos a caer en el pecado. Es necesario que Dios mismo intervenga en nuestra vida, purificándonos del pecado y dándonos un nuevo corazón. Escuchemos al profeta Ezequiel:
«Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados. Os purificaré de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras. Y os daré un corazón nuevo. Infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis preceptos y respetéis mis normas» (Ez 36,25-27).
Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.
Jesús cae de nuevo para ti y para mí. Se le quitan sus vestidos, hoy se le roba a los pequeños el amor antes del nacimiento. Ellos tienen que morir porque nosotros no deseamos a estos niños. Estos niños deben quedarse desnudos, porque nosotros no los deseamos, y Jesús toma este grave sufrimiento. El no nacido toma este sufrimiento porque no tiene más remedio.
Si seguimos pecando, es que no hemos tenido fe suficiente en las promesas de nuestro Padre Dios. Pidámosle a Dios que aumente nuestra fe y cumpla en nosotros su promesa.
OREMOS Padre Celestial, en el nombre de Jesús, te pedimos que nos quites de una vez este corazón de piedra y nos concedas un corazón de carne, que sepa amar de veras a Ti y a los hermanos.
X JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Llegados al lugar de la ejecución, le quitan las vestiduras a Jesús.
« Yo soy un gusano, y ya no un hombre; vergüenza de los hombres y basura del pueblo. Mis huesos se han descoyuntado, mi corazón se derrite como cera. Se reparten entre sí mis vestiduras y mi túnica se juegan a los dados» ( Sal 22,7.15.19).
Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada soldado y la túnica (Jn 19,23)
Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del Hijo querido. Mientras Jesús es despojado de las vestiduras, nosotros seguimos teniendo nuestro corazón apegado al dinero y a los honores. Se ve que no hemos entendido nada del mensaje de Cristo. Es necesario que de una vez tomemos una decisión clara: o con Cristo o contra Cristo, ya que es imposible servir a dos amos.
OREMOS
Arrancan tus vestiduras, adheridas a Ti por la sangre de tus heridas. A infinita distancia de tu dolor, nosotros hemos sentido, a veces, cómo algo se arrancaba dolorosamente de nosotros por la pérdida de los seres queridos.
Señor, que sepamos ofrecerte el recuerdo de las separaciones que nos desgarraron, uniéndonos a tu pasión y esforzándonos en consolar a los que sufren, huyendo de nuestro propio egoísmo.
Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar las penas, fatigas y torturas de la vida diaria, para que logremos siempre una más grande y creativa abundancia de vida! Señor Jesús, ayúdanos a despojarnos de nuestras malas costumbres.
XI JESÚS ES CRUCIFICADO
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Empezando su predicación, Jesús había dicho:
« Así como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, así también es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único, para que todo el que crea en Él, no se pierda, sino que tenga la vida eterna» ( Jn 3,14-16).
Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí con dos malhechores Jesús decía: padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23, 33).
El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. ¿Cuánta gente hay todavía en el mundo que no conoce este amor de Dios?
¿Qué estoy haciendo yo para que la Sangre de Cristo no sea inútil para mí y para mis hermanos?
Jesús es crucificado. ¡Cuántos disminuidos psíquicos, retrasados mentales, enfermos y ancianos llenan las clínicas y los asilos! Cuántos hay en nuestro propio pueblo. ¿Les visitamos? ¿Compartimos con ellos este calvario? ¿Sabemos algo de ellos? Jesús nos ha dicho: Si vosotros queréis ser mis discípulos, tomad la cruz y seguidme y Él opina que nosotros hemos de coger la cruz y que le demos de comer a Él en los que tienen hambre, que visitemos a los desnudos y los recibamos por Él en nuestra casa y que hagamos de ella su hogar.
OREMOS Señor Jesús, ayúdanos a ser tus testigos en el mundo. Que todos los hombres conozcan tu amor y se acerquen a Ti.
Danos responder a tu amor con amor, cumplir tu Voluntad, trabajar por nuestra salvación, ayudados de tu gracia. Y danos trabajar con ahínco por la salvación de nuestros hermanos.
XII. JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Después de tres horas de penosísima agonía, Jesús muere, entre los insultos y las burlas del pueblo. Es el nuevo Cordero Pascual. En su sangre se establece el Nuevo Compromiso, o Alianza, entre Dios y el nuevo Pueblo de Israel, representado por María, San Juan y unas cuantas mujeres. Es el momento más importante de toda la historia de la humanidad. Alabemos a Cristo y démosle gracias por el gran amor que nos ha manifestado.
« Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y por tu sangre compraste para Dios, hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes que reina sobre la tierra. Digno es el Cordero que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza» ( Ap 9,10.12).
A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas. Hagamos las estaciones de nuestro vía crucis personal con ánimo y con gran alegría, pues tenemos a Jesús en la sagrada Comunión, que es el Pan de la Vida que nos da vida y fuerza! Su sufrimiento es nuestra energía, nuestra alegría, nuestra pureza. Sin Él no podemos hacer nada.
OREMOS Gracias, Señor Jesús, por habernos amado tanto. Que nunca nos cansemos de alabarte y bendecirte.
XIII. BAJAN A JESÚS DE LA CRUZ
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
¿Qué más hubiera podido hacer Jesús por nosotros, y no lo hizo? «Contemplarán al que traspasaron», dice San Juan, concluyendo el relato de la Pasión de Cristo. Es lo que nosotros estamos tratando de hacer: contemplar, meditar, pensar seriamente en Cristo, muerto por nosotros. En realidad, sabemos que «en ningún otro se encuentra la salvación, ya que no se ha dado a los hombres sobre la otra tierra otro nombre por el cual podamos ser salvados» (Hch 4,12).
«Vinieron entonces los soldados y les quebraron las piernas a los que estaban crucificados para después retirarlos. Al llegar a Jesús vieron que ya estaba muerto. Así que no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado de una lanzada y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo declara para ayudarles en su fe, y su testimonio es verdadero. El mismo sabe que dice la verdad. Esto sucedió para que se cumpla la Escritura que dice: "No le quebrarán ni un solo hueso", y en otra dice: "Contemplarán el que traspasaron"» (Jn 19,32-37).
Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María. Nosotros, llenos de amor y de energía, no desperdiciemos nuestras fuerzas en cosas sin sentido!
OREMOS Señor Jesús, reconocemos que Tú eres el único Salvador y Señor. Que nunca nos olvidemos de Ti.
XIV. JESÚS ES SEPULTADO
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mi, pecador.
Después de haberlo bajado de la cruz, lo llevaron al sepulcro. He aquí el ejemplo más grande de la humillación. Escuchemos a San Pablo:
« Que colméis mi alegría siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual, no su propio interés, sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Habiéndose comportado como hombre, se humilló, obedeciendo hasta la muerte, y muerte en una cruz» ( Fil 2,2-8).
Había un huerto cerca del sitio donde fue crucificado Jesús, y en él un sepulcro nuevo, en el cual aún nadie había sido enterrado y pusieron allí a Jesús (Jn 19, 41-42).
Aquí vemos todo lo contrario de la actitud de Adán y Eva, nuestros padres en la desobediencia. Siendo hombres, quisieron ser iguales a Dios. Jesús, siendo Dios se hizo igual a nosotros, para salvarnos. El silencio del sepulcro tiene mucho que enseñarnos.
Miremos a nuestro alrededor y veamos, miremos a nuestros hermanos y hermanas no sólo en nuestro país o en nuestro pueblo, sino en todas las partes donde hay personas con hambre que nos esperan. Desnudos que no tienen patria. ¡Todos nos miran! ¡No les volvamos las espaldas, pues ellos son el mismo Cristo!
OREMOS Señor Jesús, enséñanos a ser humildes. Que nunca busquemos los honores de este mundo. Enséñanos a ver lo que pasa, lo transitorio y pasajero, a la luz de lo que no pasa. Y que esa luz ilumine todos nuestros actos.
ORACIÓN FINAL
Hermanos, hemos visto cuánto Dios hizo por nosotros. Acerquémonos, pues, a Él con toda confianza, pidiéndole sinceramente perdón por todos los pecados que hayamos cometido y renovándole la entrega total de nuestra vida. Él nos amó y entregó su vida por nosotros; también nosotros, de ahora en adelante, tratemos de amarlo sobre todas las cosas y de vivir conducidos por su mismo Espíritu.
Padre Celestial, te damos gracias y te alabamos por el gran amor que has manifestado hacia nosotros. Por amor nos creaste y por amor nos redimiste, entregando a tu mismo Hijo, que derramó toda su sangre para pagar nuestra libertad y conseguirnos el perdón de los pecados.
Y para que nuestra vida, desde ahora fuera una ofrenda agradable para ti, nos enviaste al Espíritu Santo como primicia de la nueva vida que tendremos un día en la gloria. Bendito sea para siempre tu santo Nombre. No permitas nunca que volvamos al pecado; más bien, ayúdanos a tener siempre una vida santa, alabándote ahora y por los siglos de los siglos. AMÉN.
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