Queridos diocesanos:
Las fiestas marianas que se celebran en los meses del verano descubren año tras año el carácter hondamente mariano de la piedad popular española. Es como si las distintas regiones y territorios de España rivalizaran en su amor a la Virgen. Las fiestas marianas del verano celebran los misterios de la Asunción de María, en mediados agosto, y Natividad de la Virgen, a primeros de septiembre. Entre ambas fiestas, transcurren las ferias y fiestas en homenaje a nuestra Patrona la Virgen del Mar, cuyo manto cobija a tantos hijos de esta tierra que bajo su protección esperan superar las dificultades por las que pasan.
En estas circunstancias como en todas las de la vida, los hijos se vuelven hacia la Madre que Cristo nos dio, prenda y tesoro que nos legó antes de entregar el espíritu al Padre para llegar a la aurora de la resurrección. María acoge las súplicas de cuantos a ella acuden con la confianza que otorga la fe en su maternal cuidado e intercesión, porque ella sabe que necesitamos siempre ser asistidos de lo alto para no sucumbir a nuestras propias quimeras.
María, sin embargo, no puede suplir nuestro esfuerzo, porque la obra de nuestra redención requiere la colaboración de cada uno de nosotros con la gracia de Dios, y entre las cosas que nos pide la acción divina es que la secundemos poniendo en juego nuestras facultades y nuestras capacidades para el bien. La gracia transforma nuestra manera de actuar, rompiendo el egoísmo que nos atenaza y mantiene esclavizadas nuestras facultades, para generar en nosotros aquella libertad de los hijos de Dios
Si tenemos dificultades, las hemos creado nosotros, han sido causadas por nuestros egoísmos e inmoralidades, y sin conversión al Evangelio de Cristo, no podremos salir de ellas. Es éste un largo proceso de regeneración personal y social que sólo podremos recorrer con la ayuda de la gracia divina, auxiliados por la oración intercesora de la bienaventurada Virgen María, que siempre acompaña a sus hijos, los que Jesús le entregó como suyos, para que sobre todos nosotros recayera su solicitud bienhechora en favor nuestro.
Quienes hoy descreditan que acudamos a María en las dificultades carecen de aquella fe que nosotros tenemos, la fe que nos permite descubrir las raíces de nuestros males, haciéndonos patente que esas raíces se hunden en el pecado y se nutren de las tentaciones a las que sucumbimos culpablemente. Por eso, hemos de manifestar quienes profesamos la fe en Jesucristo que no sólo es legítimo acudir a María en razón del respeto que se debe a las creencias de los que la proclamamos Madre de Dios. Esta fe, ejercida de modo consecuente es eficazmente provechosa y descubre que quienes creemos en la intercesión de María en nuestro favor, contamos con la ayuda, el consuelo y el amparo de la Santísima Virgen, porque nunca deja de sostener la voluntad de bien de cuantos a ella acuden.
Con María, en verdad, se consolida nuestro propósito de enmienda y nuestro deseo y compromiso por lograr aquella santidad que sólo se alcanza mediante la súplica y el anhelo convertido en oración, para que Dios nos transforme por dentro y cambiemos nuestra vida por entero, acomodándola a la norma del Evangelio. ¿Puede haber algo más eficaz que dejar a Dios ser Dios y acudir a María para que nos socorra en nuestra necesidad de salir del pecado y vivir según la voluntad de Dios?
María nos lleva siempre a Cristo y, como en Caná de Galilea, nos dice una y otra vez: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). María es el indicador que orienta hacia el camino que lleva a Dios: aquel que es Hijo de Dios y es al mismo tiempo Hijo de María, Jesucristo nuestro Señor. La espiritualidad mariana del catolicismo siempre lo ha entendido así: «A Cristo por María». Los fieles de todos los tiempos han comprendido que María es la salvaguarda del favor que Cristo nos hace al arrancarnos de la muerte eterna quebrando el poder del pecado.
María no es como las diosas de la mitología pagana, sobre las que el deseo posesivo y oscuro, no domeñado de los seres humanos proyecta la ambición de los poderes mágicos de los carece la criatura llena de necesidades. María es una criatura a la que Dios liberó del pecado desde su Concepción Inmaculada, para que desde el primer instante de su ser viviera por la fe plenamente disponible para cumplir la voluntad de Dios. María creyó que se cumpliría cuanto el ángel le anunció, “porque nada hay imposible para Dios” (Lc 1,38); y mereció ser declarada por su prima Isabel en nombre de todas las generaciones: “Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1,45).
La necesidad de poner voluntad y pericia para hallar remedio a nuestros males sociales, no debe cegarnos hasta el punto de impedirnos ver que sin Dios el hombre no tiene futuro alguno. Las fiestas de nuestra Patrona la Virgen del Mar es ocasión de gracia para acudir a suplicar por medio de María que sepamos gobernarnos cumpliendo los mandamientos de Dios, que Cristo resumió en el amor a Dios y al prójimo.
Almería, 25 de agosto de 2012
Solemnidad de la Virgen del Mar
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
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